lunes, 2 de febrero de 2015

Textos narrativos épicos


EL PEQUEÑO HOPLITA
(A. Pérez Reverte, adaptación)



Érase una vez trescientos hombres valientes que iban a morir. Trescientos hombres y un niño. Eran hoplitas de Esparta: un pueblo de la antigua Grecia. El nombre de hoplitas lo tomaban del hoplon, el gran escudo redondo que usaban para combatir, con el pesado cascó que les cubría el rostro, y las lanzas.
Los trescientos -trescientos uno, contando al niño-, habían luchado varios días defendiendo el desfiladero de las Termópilas ante un ejército enemigo enorme. Ese ejército lo formaban miles y miles de soldados persas, mandados por un rey que quería invadir aquella tierra y hacerlos a todos esclavos. De modo que los espartanos luchaban por la libertad de sus familias y la suya propia. Eran hombres duros y orgullosos, acostumbrados desde niños a pelear. Ahora sabían que iban a morir, porque un traidor había indicado a los persas un camino en las montañas por donde podían rodearlos.
Pero los hoplitas no estabn dispuestos a rendirse. Y como eran espartanos tampoco podían huir. Así que, al amanecer, todos peinaron sus largos cabellos, se pusieron sus pesadas armas de bronce y se dispusieron para el último combate. Antes de que empezara la lucha, el jefe, que se llamaba Leónidas, llamó al niño. Le ordeñó regresar a la ciudad y contar lo que había sucedido.
- Contarás en Esparta que caímos aquí en defensa de sus leyes.
- ¿Y por qué yo?
- Porque eres el único pequeño.
- Prefiero quedarme.
Entonces Leónidas se puso muy serio, y dijo algo que el niño nunca olvidaría:
- Irás, porque eres un hoplita de Esparta. Y la obligación de un espartano es no sólo combatir, sino obedecer.
Entonces se puso en marcha. Iba llorando, arrastraba el escudo por el suelo y el casco de bronce le bailaba en la cabeza. A su espalda, en la distancia, oía las trompetas de los enemigos y el grito de guerra de los espartanos que se lanzaban al combate. Iba triste porque habría deseado quedarse y morir con ellos.
Desde la muralla de Esparta, su mamá lo vio a lo lejos. Venía solo por el camino, arrastrando sus escudo, con el rostro lleno de lágrimas. Ella corrió a su encuentro y lo abrazó.
El niño contó en Esparta lo que ha Ía ocurrido. Cómo habían muerto sus trescientos compañeros. Gracias aéreas lo supo todo el mundo. Y lo recordamos hoy.
Después el niño creció y ya no le bailaba el casco en la cabeza ni arrastraba el escudo. Se hizo un hombre fuerte y sano. Un guerrero. Conoció a una espartana muy guapa y se casó con ella. Tuvieron un pequeño hoplita. Entonces, el papá y el niño volvieron a las Termópilas, donde están enterrados Leónidas y los trescientos espartanos. Lo hicieron para vigilar el desfiladero que defiende a los hombres libres.

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